1 de mayo de 2011

V. Whisky

Se fue.
En realidad nunca estuvo, así que nunca se fue, pero creó la misma sensación de vacío.

Empecé a trabajar en una gasolinera, cerca, no necesitaba coche. Tenía el turno de noche, por lo que me dedicaba a vender whisky barato y empapar los pasillos con una fregona cuyo negror sólo era superado por el del agua del cubo.
Entró un hombre. Su ligero sobrepeso, barba poblada y camisa de leñador evidenciaban la evidencia: era del sur. No había ningún camión fuera, lo que era más probable. De hecho, no había ningún coche; habría venido a por whisky. Cogío una botella de Johnny Walker y me pidió una cajetilla de Red Apple. Cuando me giré para coger el tabaco escuché el arma en mi nuca. Sonreí, agarré el tabaco y me giré. El tipo estaba nervioso, la cámara de seguridad le apuntaba directamente a la cara y ni se dio cuenta.
-Dame la caja capullo italiano.
Me reí, ¿cómo sabía que era italiano? Le dí la cajetilla de tabaco.
-El puto dinero, subnormal.- Gritó. Su voz era ronca, sudaba y parecía borracho, pero creo que el atraco no era la causa de su embriaguez, sino al contrario. Le di los trescientos veinte dólares que había en la caja, los cogió torpemente y se fue, tirando la botella de whisky al suelo.
Le seguí. No por venganza, ni por el dinero que tendría que poner en la caja, aún me sobraba, trabajaba sólo para sacar al inolvidable Henry de mi cabeza. Le seguí por principios, si es que aun me quedaba alguno. Vivía tres calles más abajo que el Brunham, un viejo hotel abandonado.

Ya dormía, cinco horas como mucho, pero podía pensar con claridad. Era mi noche libre así que la tarde posterior al atraco no tenía mejor oficio que ir a hablar con el sureño. Llamé al telefonillo, Gio el electricista entró a la primera, sorprendente. Subí por las escaleras, el portal estaba limpio, las puertas, con detalles plateados, denotaban una leve opulencia, pese a la antiguedad del edificio. En el tercero me encontré una puerta abierta y un fuerte olor a... ¿huevos cocidos?
No sé por qué entré. Tuve la misma sensación que al subirme al coche de Don Carlo. Estaba oscuro, las habitaciones se distribuían a ambos lados de un corto pasillo, alternativamente. La primera, a la izquierda, descubría una gran cacerola sobre una cocina de gas. La segunda, a la derecha, una televisión encendida y un sureño muerto sobre el sillón, con varias latas de cerveza vacías en el suelo. La reacción lógica habría sido salir corriendo, llamar a la policía anónimamente desde una cabina y volver al apartamento. La segunda reacción lógica fue registrar los bolsillos del hombre, encontrando el pasaporte británico de Henry Arnold Cotton.

1 comentario:

  1. Muy corto! ¿Nos dejarás otros nueve meses con la miel en los labios?
    Luego te comento cuatro cosillas.
    Tu señora

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